Un relato para cambiar la realidad por un instante

Es un cuento y (como cuento que es) todo es imaginario. Un relato para cambiar la realidad por un instante.

Estos tiempos corren inciertos con dudas -muchas dudas- y sin saber todavía cómo prevenir muertes y contagios, y cómo seguir con nuestra vida de antes.

Aquella vida donde los abrazos, los gestos de acercamiento y los besos eran nuestro motor. Ahora paralizado. Un motor gripado que habrá que sustituir por otro o bien inventar alguna otra máquina similar.

Volvamos para atrás… No uno ni dos años. Retrocedamos treinta y cinco.

Una época donde hubo otra epidemia. Otra epidemia que barrió vidas rápida y fríamente -al igual que se barre el patio de nuestra casa- como si fuese la cosa más natural. Vidas que se fueron de la noche a la mañana sin saber el por qué. Sucumbían drogadictos, homosexuales y prostitutas.

Personas que se iban y continuaban yéndose en silencio y sin hacer ruido. Nada de ruido.

No hubo tanto revuelo, tanta preocupación. Se tapó la realidad. Nadie fue consciente de la verdadera enfermedad por la cual tanta gente moría. La sociedad, en general, no sintió ninguna pena y mucha gente se quedó más tranquila. Incluso lo vivió aliviada por no encontrarse en ese grupo. Un grupo que, como muchos pensaban, “se merecía ese final”. Personas estigmatizadas, difamadas y calumniadas. Primero en sus trabajos, después en sus relaciones de parejas. Ultrajados y desacreditados. Sus familiares no debían ni podían hablar. En caso de hacerlo serían señalados y sufrirían el mismo acoso y derribo que ellos.

Pasaron los meses, los años y esa realidad no cambió. La enfermedad del silencio” siguió estando oculta. Si no se nombraba, no existía. ¡Qué lejos de la realidad! ¡Qué poco acierto en ello! Todos sabemos que los silencios pueden carcomer, pudrir, corroer o consumir cualquier superficie hasta llegar al alma y doblegar cualquier voluntad.

Personas que aprendieron a esconderse y a ocultarse detrás de las ventanas, a refugiarse en sus casas y a encerrarse tras las puertas para intentar desaparecer, refugiarse de tanto daño y de tanto adjetivo dañino.

Al oído, susurrándome, me contaron una vez: “Nos tuvimos que agazapar con nuestros miedos y nuestras pesadillas. La noche nos dañaba con la muerte de seres queridos, amigos de infancia, de nuestra pareja… Oíamos, o creíamos oír, pasos que venían hacia nosotros. Verdaderamente sentíamos que nos pisaba los talones, que podíamos oler a la gran señora muerte”.

Años después, bastantes años después, se lograron grandes avances científicos. Sin embargo, no hubo tanta suerte en el comportamiento de la sociedad. Esto –ya lo sabemos- es más lento de trabajar. Es muy complicado cambiar los comportamientos ya adquiridos y empatizar y entender al otro.

Hoy, gracias al VIH y sus investigaciones, esos avances científicos han servido para conocer antes las debilidades del CoVid19. No son enfermedades iguales pero sí parecidas. Ambas trabajan para minar y atacar el sistema inmunológico de las personas. Ambas devoran el sistema respiratorio, con tal facilidad que asusta.

Ahora vamos a imaginar, porque la mente es libre…

Mañana, dentro de poco ¡por fin! la vacuna del CoVid19 o, al menos, un antibiótico que ayude a aminorar sus consecuencias, suavizar los síntomas y a paliar la enfermedad.

Además, empezaremos a oír, a escuchar, que la llave maestra puede estar en manos de los llamados “supervivientes del VIH “y los recién diagnosticados.

Personas a quienes su propio cuerpo -su sistema inmunológico- ha creado una sustancia para cortar el virus y ayudar a que éste sea menos virulento.

Sigamos imaginando, porque la mente es libre…

Esta buena noticia poco a poco se convierte en una realidad y, de repente, la televisión, la prensa y todos los medios empiezan a hablar de nuevo de aquellas personas a quienes no trataron bien en el pasado, ya en esos tiempos sintieron y sufrieron los bulos que hoy día están tan de actualidad.

De nuevo, se vuelve a escuchar el nombre de aquellas personas estigmatizadas, difamadas y calumniadas que vivieron esos días oscuros.

Les piden que salgan del anonimato. Toda la sociedad les implora que ayuden porque tienen la llave maestra. Sin dudar, aquellas personas que “se merecían ese final “dejan de ocultarse. Y vuelven a la calle como guerreros.

Su arma más poderosa es saber adaptarse a los cambios, transformarse y ayudar con la eterna esperanza de poder romper esos muros de silencio. Muros que no son fáciles de destruir.

Se empiezan a sentir útiles un elemento esencial para ver la luz al final del túnel, queridos y comprendidos una herramienta esencial para seguir respirando con gratitud.

Saben que la vida da muchas vueltas. Saben que es bueno intentar ponerse en la piel del otro. Saben que la vida es larga y cambiamos de posiciones en el tablero de manera más frecuente de lo que pensamos.

Hoy pueden soñar con un mundo mejor y más justo.

Y colorín y colorado este cuento se ha acabado, porque debo abrir las puertas y ventanas que llevan muchos años cerradas.

Almudena GC

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